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UN PAIS PARTIDO AL MEDIO, PERO QUE BAJARÁ LA GUARDIA ..
(demasiado antiguo para responder)
Petry
2013-04-19 14:15:34 UTC
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Cacerolazo 18A
Viernes 19 de abril de 2013
Un país partido al medio
Por Carlos Pagni 
LA NACION
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http://www.lanacion.com.ar/?origen=metarefresh
Imponente vista de la Plaza de Mayo, anoche, desde el edificio del
gobierno porteño, sobre la calle Bolívar. Foto: LA
NACION / Rodrigo Néspolo
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Por tercera vez en poco más de siete meses, el kirchnerismo debió
afrontar anoche una gran movilización de protesta. En la Capital
Federal y en las principales ciudades del resto del país se expresó
de nuevo un inquietante estado de desasosiego. Inquietante por su
profundidad. E inquietante por su forma de expresión: la irrupción
callejera de cientos de miles de ciudadanos que se convocaron a sí
mismos.
Por su propia naturaleza, el cacerolazo impide identificar con
precisión las razones que lo promueven. Sólo se pueden conjeturar
algunas motivaciones. La más relevante tal vez sea la menos tangible.
El diálogo entre el Gobierno y una parte significativa de la opinión
pública está roto por un conflicto ideológico.
Su expresión más evidente es la reforma judicial que se apresta a
sancionar en estos días el Congreso.
A diferencia de la reglamentación del Consejo de la Magistratura y de
la reducción del número de miembros de la Corte Suprema, que
Cristina Kirchner lideró en el año 2006, esta modificación no es
presentada como un intento de perfeccionar el orden republicano. Su
propósito es sustituir ese orden por uno nuevo. En vez de fortalecer
los dispositivos contra-mayoritarios, de los cuales el decisivo es un
Poder Judicial independiente del Poder Ejecutivo, se planea abolirlos. Y
ese objetivo es manifiesto. La diputada Diana Conti defendió la tesis
de que las mayorías tienen derecho a dominar los tres poderes del
Estado. Este proyecto supone el distanciamiento de un conjunto de
valores y discursos en el que se asentaba una interpretación comón
de la vida pública.
Esa ruptura acaso no sea el móvil más palpable de la protesta de
anoche. Pero está en su raíz. A las gigantescas marchas que se
realizaron el 13-S y el 8-N para reclamar a la Casa Rosada que reconozca
un límite, el kirchnerismo respondió con un cambio de reglas pensado
para asegurar dos cometidos: el control total de la Justicia por parte
de la Presidenta, y una colonización más audaz de la esfera
individual por parte del Estado. No sorprende, entonces, que el
cacerolazo se trasladara anoche desde la Casa Rosada hasta el Congreso,
donde un oficialismo encapsulado en su agenda sancionaba esa reforma.
Esta respuesta a las protestas anteriores indica un déficit de
sensibilidad frente al humor social que en la Presidenta tuvo otros
síntomas. Por culpa de esa anestesia demoró varios días en
advertir la conmoción colectiva de la elección de un papa argentino.
Esa pérdida de receptividad hace juego con una economía que, sin
necesidad de colapsar, exhibe su agotamiento. La escalada de la
inflación, el estancamiento, las dificultades energéticas, la
presión sobre el dólar y la crisis de la infraestructura ya no son
el pronóstico de los especialistas, sino la consecuencia cotidiana de
un ajuste del que se terminó haciendo cargo la propia realidad.
Este contexto imprimió a la protesta de ayer una doble peculiaridad
respecto de las anteriores. Por un lado, la corrupción se convirtió
en el motivo principal de indignación. El folklore típico de los
cacerolazos estuvo dominado esta vez por las más variadas e
imaginativas referencias a la riqueza de los Kirchner y sus insólitos
gerentes financieros. "Lázaro Báez se nos transformó en Lázaro
Costa", ironizó un dirigente oficialista anoche.
Por otro lado, los blancos habituales del enojo de quienes no simpatizan
con el Gobierno -con Moreno, Boudou y Aníbal Fernández a la cabeza-
pasaron a un segundo plano. La señora de Kirchner ocupó el centro de
la escena y atrajo hacia sí, como un pararrayos, la indignación
callejera. Penurias del hiperpresidencialismo.
El malestar de anoche indica que, para una parte importante de la
sociedad, el ciclo kirchnerista atraviesa su definitiva fase
descendente. El método con el que ese malestar sale a la luz revela
que la oposición sigue sin convertirse en un canal de
representación. Detrás de esta ambivalencia palpita la principal
patología de la política nacional: el desequilibrio de poder.
Ese desbalance quedó registrado en las elecciones de 2011. No porque
la Presidenta obtuviera el 54% de los votos, sino porque quien la
secundó sólo consiguió el 17%. La brecha de 37 puntos entre uno y
otro alimenta los cacerolazos. Emergen de ese hueco. El kirchnerismo
sabe que su principal activo es esa fragilidad opositora. Es la razón
por la cual no se mueve como si hubiera sacado el 54, sino el 83% de los
votos. Es decir, sin registrar que un 46% del electorado prefería
reemplazar a Cristina Kirchner.
El enfado de los que salen a la calle se inspira también en esta
desproporción, que el oficialismo pretende mantener. ¿Qué
posibilidades existen de que la desazón cacerolera encuentre este
año una representación orgánica?
En términos territoriales, la distribución del poder promete ser
más equilibrada de lo que podría suponerse a primera vista. Es
probable que los candidatos identificados con el Gobierno ganen en el
norte del país. El panorama patagónico es más incierto. El
kirchnerismo soporta disidencias riesgosas en todos los distritos del
Sur, empezando por el suyo: Santa Cruz. Mendoza, Córdoba, Santa Fe y
la Capital Federal, además, le son adversas.
La supervivencia del experimento Kirchner depende, por lo tanto, del
resultado de la provincia de Buenos Aires. El Gobierno necesita un
elevado número de votos que sólo conseguirá unificando el frente
interno. La disputa sucesoria con Daniel Scioli es, aquí, el límite.
Por otra parte -tal vez importe más que lo anterior-, debe mantener
una gran distancia con sus competidores. Hasta ahora los rivales de la
Presidenta trabajan para ella. A diferencia de lo que sucede en la
Capital Federal, donde la Coalición Cívica, el radicalismo y el FAP
pactaron un frente electoral, la oposición bonaerense sigue
pulverizada.
Mauricio Macri y Francisco De Narváez están lejos de producir la
síntesis que, para esta instancia del proceso electoral, habían
logrado en 2009. Anteayer se encontraron para fotografiarse con el resto
de la oposición, pero no se saludaron. Ocurre todas las mañanas:
comparten el gimnasio, pero no se conceden ni el buen día.
Macri sigue sometido a la tutoría de Jaime Durán Barba y Marcos
Peña, quienes lo convencen de que sólo hay que intervenir en las
elecciones que se ganan. El último consejo es declarar su
prescindencia en la provincia y, en el último minuto, respaldar a De
Narváez, por compromiso. Quienes en Pro deben defender posiciones
territoriales -Jorge Macri, Gustavo Posse o Jesús Cariglino- no
esperaron instrucciones: ya acordaron con De Narváez.
Además, este diputado tampoco cree que un pacto sea imprescindible.
Supone que con sólo salir segundo en las primarias se beneficiará
de la polarización extrema del electorado. El slogan "ella o vos" se
transformará en un más sincero "ella o yo". De Narváez construye
esta hipótesis sobre un dato: en una encuesta de 3000 casos realizada
en La Matanza, obtuvo una intención de voto de 19,5%; Alicia Kirchner
apareció con 13%, y el intendente Fernando Espinoza, con 10%. El
sondeo presenta dos fenómenos importantes. Primero, que la cuñada de
la Presidenta no remontó vuelo. Segundo, que Sergio Massa aparece
primero, con 21% de las preferencias. Del enigmático juego del
intendente de Tigre sigue dependiendo buena parte de la ecuación
bonaerense. De Narváez cree que si Massa no interviene en el torneo,
él puede repetir un 2009: aprovechar el clima que se puso de
manifiesto ayer para ganar la elección.
En el campo no peronista se da la misma dispersión. Dirigentes
relevantes del GEN, de Margarita Stolbizer, razonan así: "Solos, hoy
sacaríamos alrededor del 15%. Con los radicales, subiríamos a 16%,
pero entregando media lista. ¿Cuál es el negocio?"
La estrategia que domina en ambos campos está enfocada a conseguir el
mayor número de bancas posible. No a construir una opción al
kirchnerismo. Esta tarea supondría proyectar un liderazgo, organizar
una maquinaria electoral y, sobre todo, elaborar un relato alternativo.
Es decir, un discurso que no se agote en la disidencia respecto de la
política oficial. Es lo que hizo la Alianza entre 1997 y 1999. Es lo
que hicieron los Kirchner, ya en el poder, entre 2003 y 2005. Es lo que
están haciendo las fuerzas venezolanas que sostienen a Capriles.
La parálisis de la dirigencia no kirchnerista para encarar esa
construcción es la otra cara de los cacerolazos. Y explica como
ningún otro factor la pastosa perplejidad de este presente. La
paradoja de un gobierno que está, tal vez, para perder, frente a una
oposición que todavía no está para ganar..
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